Mi amigo Pedro Muriel me recordó el otro día, una historia que nos contó el tío Kiko de Linares, hace ya más de treinta años, cuando nosotros éramos unos adolescentes y él, un octogenario carnicero jubilado, ex emigrante en Cuba, curtido en mil batallas y que le prometió fidelidad y amor eterno a la tía Asunción, antes de partir a la isla caribeña, cosa que cumplió a pesar de las presiones del jefe de la Policía Municipal de La Habana, para que se casara con su hija, allá por los años cuarenta.
Es lo bueno que tiene tener amigos de toda la vida, en ocasiones te permite traer a la memoria cosas que ocurrieron hace muchísimo tiempo.
Aquel verano, estuvimos trabajando en la Sierra de Salamanca recolectando fresas en el mes de junio. ¡No las he vuelto a probar más ricas desde entonces¡ Teníamos que trabajar en cualquier cosa para ayudar a la familia y poder seguir con los estudios. En la casa de este hombre tuve el primer contacto con el enganche, si así podemos llamar. Yo ya interesado por los animales, se nos unió a la cuadrilla de jornaleros el burro, compañero inseparable de la familia “Carulo”, que así los llamaban en el pueblo. Este asno tordo tiraba del carro que llevaba las cajas con las fresas. El amo Kiko, nos enseñó a preparar al burro para el carro. Nos dijo como había que poner el collerón, los petrales, la cabezada con anteojeras y la retranca. Estaba orgulloso de nosotros y no lo ocultaba porque “éramos los únicos criados que habíamos aprendido a aparejar el burro, en la primera lección”. Con el animal teníamos nuestra complicidad, siempre agradecía que al final de la jornada le acompañáramos hacia la cuadra, con nuestro brazo sobre su cuello y contándole cosas al oído. Esas travesuras que solo se hacen cuando se tiene una determinada edad. Tampoco se me olvidará la cara de asombro, que ponía el guardia civil de puertas, cada tarde, al ver la escena cuando pasábamos delante del cuartelillo.
Con el espinazo molido por la dura jornada, en aquella minúscula cocina, y mientras se freían los huevos y los torreznos de tocino a cámara lenta, a la lancha de la lumbre, así nos contaba aquel hombre su peripecia: “Regresando al pueblo, se me echo la noche encima. La oscuridad se agrandaba por momentos, con una luna menguante que iluminaba poco. Con un cielo sin estrellas y en un camino estrecho que atravesaba un bosque tupido de robles, las sombras aparecían a cada momento y los miedos también. Yo conocía este camino como la palma de mi mano, al igual que mi caballo alazán, pues habíamos pasado por allí muchas veces. Veníamos de Tamames, donde había comprado cuatro cabritos para matarlos en la fiesta. Atados por sus patas venían cuidadosamente guardados en las alforjas, dos a cada lado. En apariencia, todo transcurría dentro se la más absoluta normalidad, cuando de repente, el caballo empezó a intranquilizarse. Se movía nervioso, relinchaba y bufaba, no respondía a las riendas, volvía su cabeza hacia atrás mirando a los cabritos, golpeaba el suelo con sus manos. ¿Qué te pasa caballito? Tranquilo, no pasa nada, ¿Qué habrá notado? ¿Por qué estará tan nervioso? Baje del caballo para intentar calmarle, él se retorcía y seguía mirando las alforjas donde estaban los cabritos. Empecé a escuchar ruidos entre la hierba seca y los arbustos a los lados del camino. A juzgar por la actitud de “Colorao”, parecía inevitable, que algo trágico iba a ocurrir. De repente se me ocurrió una idea. Cogí un cabrito y sin desatarle las patas lo deje en el suelo. El caballo empezó a calmarse inmediatamente. Con toda celeridad, puse el pie en el estribo para subir, saliendo a galope tendido, como alma que huye del diablo. A pocos metros volví la vista atrás y vi como tres lobos devoraban el cabrito, en medio del camino. Ese don majestuoso, ese instinto superior de mi caballo, me había salvado la vida”.
David Muriel y Pedro Muriel.
caballoduende@yahoo.es Tel: 658183439
DOMA Y EQUITACION NATURAL EN SALAMANCA CAPITAL.
DOMA NATURAL DE POTROS. CONOCIMIENTO DEL CABALLO.
CONOCE LA CIUDAD Y APRENDE MUCHO DE CABALLOS.
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